Editorial
Sanar la sociedad
No hay límite para el perdón...
Todo es perdonable, no tiene medida ni moderación.
El perdón es una posibilidad humana que no tiene condiciones.
Siempre se perdona lo imperdonable.
Jacques Derrida por
Ciudad Nueva
La violencia está presente en nuestras vidas y en la de nuestra sociedad.
La vemos en las noticias, pero también, en distintas medidas y manifestaciones, en nuestra vida diaria somos objeto o agente de ella.
Lo somos cuando nos asaltan pero también cuando le gritamos a nuestro hijo.
Sin dudas hay expresiones de distinta magnitud y gravedad, pero el problema es el mismo: la violencia se genera a partir de estados de ánimo, de emociones, y no tanto de hechos externos. Y a su vez, inevitablemente, la violencia produce diversos estados de ánimo, o sentimientos, como miedo, rabia, impotencia, rencor, y hasta odio y deseo de venganza.
Todos estos sentimientos, no resueltos, son potencialmente generadores de más violencia, que puede manifestarse justamente en ataques más o menos virulentos, verbales, gestuales o físicos, contra el pobre ser humano que se nos cruza en el camino.
Recientemente, estuvo de visita en Uruguay el sociólogo colombiano Leonel Narváez, presidente de la Fundación para la Reconciliación.
Hace unos años, Narváez participó en una mesa de diálogo entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC, con los mayores expertos en mediación a nivel mundial. Después de tres años, las negociaciones se frustraron. Preguntándose el por qué del fracaso, al cabo de una larga evaluación conjunta realizada en Harvard, llegó a la conclusión de que todos los problemas objetivos habían sido puestos sobre la mesa y se habían analizado desde todos los ángulos posibles. Lo que no habían aflorado eran las causas personales, los problemas subjetivos que habían desencadenado la respuesta mediante la opción violenta: los rencores, las frustraciones, la desconfianza.
De ahí Narváez descubrió con claridad la necesidad de trabajar sobre los conflictos personales, de elaborar un proceso de sanación de las laceraciones internas, las que provocan que la reacción sea la violencia o simplemente se acumulen rencor y desconfianza, que hacen inviable cualquier proceso de pacificación social y de diálogo.
Entre los varios compromisos de su visita al país, que apuntaban a instalar en el mundo de la educación y en la sociedad la categoría y la práctica del perdón y de la reconciliación, y a fortalecer la red de capacitadores de las Escuelas de Perdón y Reconciliación (ES.PE.RE., ver CN nš. 1-2/09), el Movimiento Políticos por la Unidad lo invitó a disertar ante un pequeño grupo de parlamentarios y profesionales, en un salón del Palacio Legislativo.
Las propuestas de Narváez —que fueron escuchadas también por autoridades de la enseñanza y del Ministerio de Desarrollo Social— tienen al menos tres campos de aplicación: la educación, la rehabilitación y el diálogo social y político.
De hecho, en nuestra sociedad, las consecuencias de la violencia física y psicológica vivida con la guerrilla y la dictadura, de la violencia verbal por la polarización política, de la violencia simbólica de la brecha social e ideológica, no resueltas, mantienen las barricadas erguidas hace años y bloquean la visión de una única patria de todos para todos. Consumen ingentes cantidades de energías en la confrontación, que podrían transformarse en recursos para la búsqueda de acuerdos sociales y de políticas de Estado. En fin, del bien común.
Aparece así la dúplice necesidad del perdón y de la reconciliación para superar heridas históricas, y del método de la pedagogía del cuidado para educar a las nuevas generaciones (y rehabilitar a los violentos) en el manejo de las emociones generadoras de violencia: la rabia y el miedo, según Narváez.
Perdón y reconciliación se pueden aprender, aprendiendo a manejar la “tecnología del alma”, como la define Narváez, que precisa que perdonar no significa olvidar, aceptar maltratos, reprimir o negar el dolor y la rabia, continuar con relaciones disfuncionales o seguir actuando como víctimas.
El perdón conquistado resulta ser una transformación emocional —es decir, poder recordar sin dolor; un cambio de perspectiva —mirar con ojos nuevos lo ocurrido; un acto heroico —hacernos responsables por lo que sentimos; una decisión de libertad —ser constructores de nuestra propia realidad.
En fin: un análisis y un proceso profundo de la interioridad para construir la exterioridad.
Los Centros de Reconciliación, en Colombia, formados por un ex guerrillero y un psicólogo que en los barrios violentos sensibilizan y demuestran la inutilidad de la violencia, y la Fazenda de la Esperanza, mediante la cual lo adictos reconstruyen su vida a partir del manejo en positivo de las mismas emociones que los han inducido a la dependencia son, junto con muchas otras fuerzas sociales, ejemplos de re-generación del tejido social a partir de la raíz. Es decir, a partir de uno mismo. |
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