Aportes
La política grande
o la eficacia de la ingenuidad
Tercera entrega de las ponencias del Seminario Homenaje Chiara Lubich, después de las de Carlos Pita y de Alberto Scavarelli. El senador nacionalista Ruperto Long evoca el encuentro entre Chiara Lubich e Igino Giordani, y traza líneas de la nueva propuesta de vida cívica y política que allí tuvo su origen por
Ruperto Long
La existencia y la labor del Movimiento Políticos por la Unidad (MPU) es iluminada por acontecimientos ocurridos muchos años antes de su nacimiento.
Me refiero al encuentro entre Chiara Lubich e Igino Giordani y Chiara y a los efectos que ese encuentro produjo en los años posteriores, que llegan hasta hoy.
Quiero evocar la escena de ese encuentro.
Igino Giordani era, en la posguerra, un reconocido diputado por la Democracia Cristiana, de 54 años, amigo de todas las figuras esenciales de la política italiana de la época. Por su oposición a la dictadura, había transitado avatares muy complejos en el período del fascismo.
Una tarde de setiembre del año 1948, Giordani –hombre de fe, católico, creyente y practicante– recibe en su oficina en el Palacio de Montecitorio (la Cámara de Diputados italiana) a una joven que le había pedido una entrevista. No sabemos qué llevó a ese cruce de caminos, pero sí sabemos lo que sucedió. Leamos el relato del propio Giordani: «Di muestra de la cortesía de un diputado ante posibles electores. Estaba seguro de que iba a escuchar a una propagandista sentimental de alguna utopía asistencial. Sin embargo, ya en sus primera palabras advertía algo nuevo, había un timbre inusitado en aquella voz, un timbre de una convicción profunda y segura, que nacía de un sentimiento sobrenatural, por lo cual, de golpe mi curiosidad se despertó, y dentro de mí comenzó a arder un fuego. Cuando al cabo de media hora terminó de hablar yo estaba sobrecogido por una atmósfera encantada, como en un limbo de luz y felicidad, y hubiese querido que esa voz continuase. Era la voz que sin saberlo había esperado. Ella ponía la santidad al alcance de todos, quitaba las barreras que separaban el mundo laical de la vida mística. Sacaba a la plaza los tesoros de un castillo al que solo unos pocos eran admitidos. Traía a Dios cerca. Lo que hacía sentir padre, hermano, amigo, presente en la humanidad. Algo sucedió en mí».
Así comienza el formidable relato del encuentro con una Chiara veinteañera que encendió un fuego interior en Igino Giordani.
Es interesante constatar que en Chiara también sucedía algo. Vale la pena oír su voz: «En 1948 nos encontramos en la Cámara de Diputados con Igino Giordani, una personalidad de vasta experiencia cultural, social y política, luchador en las difíciles vicisitudes de la vida de primer posguerra, pensador magistral y punto de referencia de aquellas generaciones que durante la dictadura anhelaban la libertad. Giordani fue un cofundador del Movimiento de los Focolares».
Y continua: «siempre ha representado por un especial designio de Dios la realidad de la humanidad, su historia, su sufrimiento, su conquista, su búsqueda de un ideal verdadero. Él introdujo en nuestros corazones a la humanidad con sus problemas y sus ansias …».
Estamos así frente a dos personas en las cuales algo sucede. Por un lado, Chiara recibe esta necesidad de proximidad a los hechos humanos y políticos y por otro, Igino recibe un “fuego” que le permite ver la vida política con otros ojos.
A partir de ese momento se suceden encuentros y sucesos, y comienzan a surgir definiciones que iluminan particularmente la vida política y en sentido más amplio, el quehacer de la comunidad. Tiempo después, Chiara Lubich se preguntaba: «¿Cuál es la cruz específica para quien se mueve hoy en política? Creo que a menudo sea la falta de unidad, de concordia que hacen el trabajo pesado y poco fructífero».
Las posiciones encontradas, la no voluntad de comprender las motivaciones del otro, las divisiones por cualquier causa se den, identifican la cruz política por excelencia en la falta de unidad.
Y en la falta de unidad no sólo entre los partidos, sino dentro de un mismo partido, y de un mismo sector. Es difícil generar un espacio común de pensamiento y de acción.
Planteada esa situación, las respuestas pasan por algunos pilares fundamentales, que dan un nuevo sentido a la política, una nueva ética.
En primer lugar, la fraternidad. Chiara dice: «Esa es la política que vale la pena vivir, la que aumenta la talla de los que se comprometen en ella». Es posible actuar de una forma que está por encima de las mezquindades, de las pequeñeces. Se puede actuar con grandeza, tratando de encontrar puntos en común, de tender puentes.
Otro pilar es la superación del concepto del otro como enemigo, en una visión maniqueísta que ubica toda la verdad de un único lado, y por ende no deja ninguna posibilidad de verdad del otro lado, que merezca ser respetada.
Lo digo ahora en palabras de Igino Giordani: «Resurge especialmente en la literatura política una forma de maniqueísmo que separa hombres e ideas, épocas y hechos, economía y geografía en dos bandos. Buenos y malos separados por un abismo insondable, de un lado están todas las razones, y del otro lado están todos los errores. O con nosotros o contra nosotros». Cuántas veces hemos oído esta frase, que tiene por consecuencia que quien no está con nosotros debe ser excluido políticamente. Giordani también apunta: «Ya Maquiavelo había advertido que los insultos al adversario son una de las causas de debilidad política». El insulto, el agravio, la broma mordaz y fuera de lugar, parecen gestos de fuerza, pero lo son de debilidad.
En la búsqueda de esta nueva política, señalamos un punto más: el rol del amor en la actividad política. Amor y política parecerían difíciles de vincular, en primera instancia. Giordani dice: «El mandamiento del amor vale también en política. Sobre todo en política, allí en donde se desencadenan las pasiones más irracionales, y donde es arduo mantener la serenidad, y casi heroico cultivar el amor entre ambiciones, intrigas y miserias». Es una síntesis extraordinaria, por más que a veces cuando uno dice estas cosas corre el riesgo de aparecer como un ingenuo. De hecho, a Giordani siempre se lo catalogó como un político ingenuo, y sus memorias se llaman Memorias de un cristiano ingenuo. El decía: «Yo soy ingenuo, pero un ingenuo militante». A la ingenuidad, la cultivo.
En una charla me pasó que, después de hacer esta cita, una simpatizante mía le dijo a alguien que tenía al lado: «y lo peor es que se lo cree». Le parecía de una ingenuidad total no sólo que lo citara, sino que, además, me lo creyera. Tal vez esa sea la cruz que tengamos que llevar, pero quiero decir que vale la pena. Es la única política que vale la pena. Cuando uno logra sacar un proyecto adelante en el cual todo el mundo, conforme, levanta la mano y dice «esto me representa» en un tema importante, vale la pena. Cuando uno logra, como acá, con estos queridos amigos, durante ya varios años, participar en eventos en los cuales encuentra fraternidad, vale la pena. Cuando uno ve que un ingenuo como Igino Giordani es el que pone la primera semilla de la Unión Europea –con sus amigos Alcides De Gasperi, Robert Schumann, Konrad Adenauer– y ve lo que hoy en día es la Unión Europea, uno encuentra que vale la pena.
Y si por ahí por el camino nos encontramos con quienes creen que estamos fuera de la realidad, digámosle simplemente que estamos procurando construir una nueva realidad, una realidad mejor. A la “vieja” realidad, nuestros sueños, nuestra fe –en muchos casos– y nuestra ética nos obligan a superarla. |
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