Aportes
Más que tolerantes,
más que solidarios


«Los partidos políticos, la democracia y la comunidad requieren líderes sociales, que sean «políticos» en lo democrático y  líderes en el entramado de la sociedad. Imprescindible, pero insuficiente». Segunda entrega de las ponencias del Seminario Homenaje Chiara Lubich
por Alberto Scavarelli

La crisis financiera que estamos atravesando ha generado – paradójicamente- hechos positivos del  trauma, el error, el fracaso, que no tienen aún una filosofía que los explique.
Creo que éste es el desafío del tiempo de hoy.
El mundo se ha quedado sin una filosofía que se anteponga a la acción. Se ha quedado sin aquel viejo concepto epistemológico1 en el que cualquier conocimiento humano ejecutado tiene una filosofía que lo contiene o explica y, por qué no, de algún modo lo orienta.
La propia Revolución Industrial contaba con su positivismo previo.
Hoy enfrentamos una realidad tan compleja que la tecnología y la técnica nos ponen frente a fenómenos como la clonación o como el manejo de la vida humana, y no hay filosofías compartibles, no ya para definirlos, sino ni siquiera para abordarlos. Esta es una grave situación  que nos compromete a todos.
Ortega y Gasset diría que hay que separar las cosas que «son» y las cosas que «son del estar».
Hay temas en la vida que uno resuelve desde la instalación y no simplemente asumiéndolos. Me explico: así como las ideas se tienen o se adquieren, la filosofía profunda es algo en lo que uno está. La fraternidad es algo donde hay que instalarse; estar.
Un dificilísimo propósito, para que, luego, podamos proyectarnos hacia la acción. Desde la fraternidad va a ser más fácil ser solidarios, comprensivos, tolerantes y practicar algunas virtudes de la conducta que son formas actuadas de principios y valores que podemos compartir. Sin duda  la fraternidad parte del principio —que, desde la perspectiva de la fe, es más sencillo de entender— de sentirnos parte e hijos de un mismo creador.
Pero, como el propósito es abarcar y comprender aún a aquéllos que ven la vida desde otra perspectiva, desde su legitimidad de autodeterminación y de su propia comprensión del mundo y de la vida, quizás convenga extender el concepto a una fraternidad que tiene que ver con la condición humana en un sentido amplio.
Es el sentir en el otro como una parte de un tiempo que compartimos, mientras la confusión de estos tiempos híper postmodernistas, como dice Lipovetsky 2, nos lleva a creer que desde el «yaísmo» y la inmediatez podemos construir una vida sobre el hedonismo, sobre la satisfacción sin límite, sobre la alegría cultivada partiendo de ciertas prácticas, o el consumo de ciertas sustancias; poco importa.
Hoy, los humanos necesitamos, aparentemente, contar con algunas garantías de éxito, de felicidad y de alegría, no importa en qué dosis y a cambio de qué. Y esos «urgentismos» hacen que se haga muy difícil compartir un concepto fraterno y profundo desde el cual instalarse en la vida.
Es mucho más fácil —con lo enorme que es— ser solidarios con causas concretas, con etapas concretas, con puntos específicos. Es mucho más fácil —y se trata de valores esenciales para la convivencia- ser tolerante que ser fraterno con el otro.
Sin embargo, a diferencia de la fraternidad, en la tolerancia hay una convicción de mi verdad en la que yo termino consintiendo —desde mi tolerancia— el derecho del otro a ser distinto.
Pero yo tengo mi propia identidad y mi propios principios, que creo mejor que los de los demás.
El respeto tiene que ver con considerar al otro, no necesariamente desde su verdad.
La fraternidad, en cambio, es abordar la diversidad, la diferencia, el sentimiento de que hay cosas distintas de uno mismo y de la propia percepción del mundo y de la vida, y que están en el otro y que son parte de nuestra propia esencia vital, de nuestra propia peripecia compartida. Es un propósito no logrado, es una meta casi utópica.
Sólo una mujer como Chiara Lubich nos puede poner en ruta. Pero en la vida práctica, cualquiera de nosotros hemos vivido ese sentimiento de fraternidad que va más allá que el de la amistad.
En política es posible seguir siendo fraterno con quienes discrepamos.
El Movimiento Políticos por la Unidad (MPU) surge como un encuentro de políticos que se conocen desde hace tiempo. Políticos con sus luces y sombras, con sus propias vocaciones y ámbitos de pertenencia. Surge como una invitación de gente que queremos mucho, y que toma una idea simple de decir y compleja de vivir, que parte de la heroicidad y del valor formidable de una mujer –Chiara- que toma el coraje de decir «quizás esto no sea tan difícil si se hace con un poco de amor». Este concepto tan amplio y tan rico fue el que nos convocó, con Carlos (Pita) y Ruperto (Long). Tuvimos reuniones formidables, encuentros donde fuimos aprendiendo cuál era el camino a recorrer. Intercambiábamos ideas partiendo de presupuestos y compromisos ideológicos distintos, pero desde el mismo objetivo de la buena fe, y de reconocer en el otro una ultranza de propósitos tan valiosa como la propia.
Facilita enormemente la acción sentir que hay normas de convivencia desde la que uno actúa instalado en esa fraternidad. Fraternidad no es sinónimo de no conflicto. Tampoco es la paz del agua estancada que se corrompe. Fraternidad es ese equilibrio tensional construido desde la diversidad, en el respeto, y en el compromiso de sentir por el otro el amor humano profundo que nos hace parte uno de los otros. Así entendimos el mensaje, así asumimos el compromiso de pertenencia, así trabajamos, desde una militancia muy modesta, en el MPU. Pero nunca dejamos de estar, de pertenecer, de sentir, y nunca dejamos de esperar encuentros privados o como éstos, en los que tienen que resolverse cuestiones que son de todos. 
La política es un asunto esencial, pero también es esencialmente insuficiente. La democracia requiere partidos que recojan visiones distintas de la realidad. Esto es esencial, pero también absolutamente insuficiente. Los partidos políticos, la democracia y la comunidad requieren líderes sociales, que sean «políticos» en lo democrático y líderes en el entramado de la sociedad. Imprescindible, pero también insuficiente. Lo único que a esa insuficiencia, a mi juicio, le da la tranquilidad de la esperanza, ante una realidad de dificultades crecientes, es el principio de la fraternidad. La fraternidad como referencia y como compromiso.
Hay una parábola hindú acerca de un incendio en una selva. Se desata un incendio feroz del cual los animales huyen despavoridos. Entre ellos, un pequeño colibrí que vuela y llega como puede. El colibrí pasa al otro lado del río como todos los demás, mientras el incendio va avanzando y quemando todo. El colibrí entonces toma una gota de agua del río, cruza al otro lado y la arroja en medio del fuego. Entre tanto, el resto de los animales -y los pajarracos, que siempre hay- no hacen más que burlarse de una actividad definitivamente insuficiente. Ante la risa de los otros y el jadeo del colibrí, cuentan los hindúes que el pajarito se detiene y les dice: «Yo sé que lo que hago no es suficiente, pero tengo la enorme tranquilidad de saber que estoy haciendo mi parte». Creo que la grandeza de estos propósitos no está en el exceso de confianza para abordarlos, sino en la convicción modesta de que si cada uno de nosotros hacemos nuestra parte, nuestra parte también nos llegará de los demás.
1 Epistemología: 1. f. Doctrina de los fundamentos y métodos del conocimiento científico (RAE).
2 Gilles Lipovetsky (París, 1944) es un sociólogo francés.